Mi presentación

Podría enorgullecerme de la cantidad de veces que he sido alabada por mi breve presentación. Sin embargo, he de reconocer que me hastía la monotonía, aunque ésta sea placentera.
¿Creen que las tartas son deliciosas? Bien. Les invito a comer tarta por el resto de sus vidas. Mañana, tarde y noche. ¿Siguen estando tan deliciosas?
Los halagos son tartas. Dulces cargados de admiración y envidia. Los he escuchado y leído durante años. Unos quinientos, o quizá más…
Mi edad es algo humanamente incomprensible. Tan sobrenatural que hace seis décadas que olvidé la cuenta, así como mi nombre. No tienen importancia. Si no logro recordarlos es porque debían de ser irrelevantes, ¿no?
Reemplacé mi nombre olvidado por un mote que un niño me puso una vez. “Welly Rule”, me dijo sonriendo, “eres Welly Rule”. Y preferí no llevarle la contraria.
También olvidé preguntarle el porqué de mi mote. Poco pude hacer cuando su madre lo alejó de mi lado con mirada desconfiada. Sus ojos acusadores casi pudieron atravesarme y quemarme…
Me volví a quedar sola, sin su pequeña inocencia, en lo más profundo y oscuro del bosque donde lo había encontrado perdido y confundido.
Los bosques eran antes mi mejor escondite. Ahora están plagados de familias numerosas en busca de lo que ellas llaman “tranquilidad”, si bien sólo es un ambiente de quejidos infantiles y reproches maternales…
Mi existencia es de vital importancia para la humanidad. Recorro el mundo con un objetivo. Mi propósito es insondable e inalcanzable para la razón de las personas. Por ello, agradezco que no puedan notar mi presencia.
Seguiré mi camino sin compañía y en libertad. Nadie podrá observarme, escucharme, sentirme, entenderme, hablarme, tocarme, amarme…
A menos que yo, Welly Rule, así lo desee.

Mi apariencia

Una vez, un gato perturbó mi pequeño letargo anual.
La inestable rama en la que se había refugiado quebró en cuestión de segundos. La rama cayó y golpeó mis costillas, así que tuve tiempo de despertar y contemplar el aparatoso aterrizaje del felino en mi cara.
Me hizo daño, mucho daño.
Lamentablemente, el dolor es una de las pocas sensaciones que tengo el dudoso placer de compartir con los humanos.
Con el rostro ensangrentado a causa de las garras del minino, acerté a verlo a unos metros de mí. La caída no le había afectado. Se mantenía sentado, observándome con frialdad.
Amo a los animales, ¿saben?... Me alimento, inocuamente, de la pureza que desprenden. A cambio, les brindo la calma que necesitan. Ellos pueden verme, oírme y tocarme. No puedo limitar sus sentidos, tal y como hago con las personas. Y me alegro por ello.
Como única excepción a la regla, odio a los gatos. Son altaneros, engreídos, insensibles… Y para colmo, éste había interrumpido el único momento en el que podía olvidarme de mi huraño e incómodo propósito.
Me sorprendió la elegancia con la que reanudó la marcha. Cada paso era firme y delicado. Entonces comprendí por qué la gente adoraba a esos animales. Eran la majestuosidad hecha carne y hueso.
Mi apariencia humana me otorgaba privilegios, pero no me libraba de la sospecha de los mortales. Los gatos, sin embargo, eran bien recibidos en la mayoría de los hogares.
Quise copiar su aspecto inocente a la par que exquisito. Posando mi vista en el felino, sustituí, sin mayor problema, mi piel ilusoriamente joven y pálida por el pelaje negro que el animal portaba. Mis extremidades se convirtieron en cuatro pequeñas pero poderosas patas y mis luctuosos ojos verdes se tornaron fieros y ambarinos.
Así yo, Welly Rule, pude seguir mi rumbo sin ocultarme. Y puesto que tengo forma, nadie me temerá.

Mi mote

Una vez, perdí toda mi aura de misterio.
Me había trasladado por unos días al norte con el objeto de cubrir encargos. Pura obligación laboral.
Mi cabello, largo y lacio en aquel entonces, se hallaba escarchado. Podía sentir cómo mi cabeza se iba congelando poco a poco. Mis manos y mis pies, desnudos al contacto con la nieve, portaban un color violáceo, casi negro.
Aunque puedo sufrir sus consecuencias como cualquier otro ser humano, el frío no me mata. Nada me mata.
Me gusta el frío, pero sólo cuando tengo cobijo suficiente. Disfrutarlo en la lejanía, ésa es la clave.
Ese día, el gélido viento calaba mis huesos. Deseaba llegar cuanto antes a mi destino. Mientras atravesaba un amplio bosque perennifolio a toda prisa, una sensación provocó mi súbita parada. Un olor familiar, un recuerdo añejo...
Giré sobre mis pies y anduve unos metros buscando algo que me aclarara la conmoción antes vivida. Mis ojos se toparon con la esbelta figura de un hombre. Cuando nuestras miradas colisionaron, el humano se estremeció. Sin embargo, no huyó.
Los roles se tornaron en el momento en que él se acercó a mí a zancadas. Me asusté. Su acción me había intimidado.
Permití, con algo de recelo, que invadiera mi espacio personal. Su rostro, plagado de imperfecciones propias de la vejez prematura, reflejaba algún tipo de emoción que, sorprendentemente, no podía descifrar.
"¿Welly Rule?", cuestionó con un fino hilo de voz,"¿eres Welly Rule?". Y en ese instante, mi longeva mente recordó.
Olvidé preguntarle cuántos años habían pasado desde que lo había encontrado en ese mismo bosque, pálido y desorientado. Treinta quizá... Pero, finalmente, pude conocer el significado de mi mote. Era tan simple, que se escapaba a la razón de cualquiera.
Me contó que "Welly Rule" provenía de las deformaciones de las palabras inglesas "yellow" y "purple", sus dos colores preferidos. Había distorsionado a causa de la dislexia los términos que, previamente, había aprendido en la guardería.
El origen de mi apodo me decepcionó, aunque presté más atención a otro hecho. Él me había reconocido. Había pasado mucho tiempo y yo ni siquiera mantenía la misma forma física que en aquella época. Sin embargo, él sabía quién era.
La serendipia de haber encontrado a ese sujeto por segunda vez había provocado numerosas dudas en mí. Lo dejé atrás para proseguir con mi objetivo, mas no lo pude hacer sin sentir inquietud.
En mi empeño por mantenerme alejada de las personas y no quebrar su delicada comprensión, no tomé en cuenta que, de algún modo que se escapaba a mi razón, ellas también podían seguir unidas a mí...
Y así yo, Welly Rule, comprendí que el lazo que me unía a los humanos era más resistente y trascendental que la oscuridad de mi cometido.